Ignatius


“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede identificárselo por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.



Joven alegre y saludable. Su padre murió cuando era un niño, una cuestión que tiene superada. Las dificultades le han hecho forjarse un férreo carácter. Ha conseguido estudiar medicina en la universidad de Georgetown gracias a una generosa beca que consiguió al acabar el instituto y renueva anualmente gracias a su aplicación y esfuerzo.

Tiene 21 años, es un norteamericano de clase media y no necesita más de lo que tiene. Su beca de estudios incluye un seguro médico con amplia cobertura que alcanza incluso para continuos tratamientos que necesita su madre, con la que mantiene una excelente relación.


Sin embargo, Ignatius no se siente bien hoy. En realidad no ha conseguido recuperarse desde aquella “irritación de vías respiratorias altas” que le impedía concentrarse la semana pasada. El diagnóstico se lo hizo él mismo, el tratamiento: ibuprofeno 3gr/día. No consideró el antibiótico, por su tendencia natural a evitarlos y por no evolucionar el proceso con producción de moco, fiebre u otras características más indicativas de infección bacteriana.

Lo cierto es que la garganta está mejor pero el cansancio y el dolor muscular han ido en ascenso, está durmiendo más horas de lo habitual y se está retrasando en los estudios. “Esto son los exámenes, inmunosupresión y crisis, la cruz del estudiante...”.


Mañana Ignatius se asustará al verse frente al espejo cuando vaya a lavarse los dientes antes de ir a clase. No es exagerado pero, desde luego, sí evidente, el edema palpebral que le da un aspecto ligeramente patético a su mirada. Si estuviera viendo a un paciente de 60 años no dudaría en sospechar una insuficiencia renal, tratándose de sí mismo está prácticamente seguro...



El Hospital General. Entrada.



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